Con la intención de renovar el cine Mexicano se dieron cita en enero de 1961, en México D.F. cineastas, críticos y responsables de cine-clubes. José de la Colina, Emilio García Riera y José Miguel García Ascot, entre otros jóvenes refugiados, y Salvador Elizondo o Rafael Corkidi entre los mexicanos, intervinieron en la firma de un manifiesto en el que solicitaban oportunidades para esta nueva generación. Su crítica se dirigió contra un cine mexicano contemporáneo que se alejaba de la calidad y el compromiso socio-político de décadas anteriores. Las fórmulas tradicionales se habían agotado, las comedias rancheras y los melodramas se filmaban automáticamente sin provocar interés en el público. Fue una de las crisis más profundas de la historia cinematográfica mexicana, pues la caída en picado de la producción y la burocratización sindical dificultaron la incorporación de nuevas generaciones. Se propusieron editar una revista cinematográfica: Nuevo Cine y filmar su obra manifiesto: En el balcón vacío (1961), la cual tuvo su origen en el breve relato autobiográfico de Mª Luisa Elío, esposa de Jomí García Ascot. Mª Luisa acompañó a su marido invitado a rodar unos cortometrajes en la Cuba revolucionaria. Las experiencias vividas allí le recordaron su niñez en la Guerra Civil de España, y no tardó en escribir sobre ello. Aquella notas fueron leídas por su marido quien, junto a su amigo el crítico Emilio García Riera, encontraron el vehículo perfecto para expresar los sentimientos de la segunda generación del exilio y a su vez, presentar una nueva forma de hacer cine.
Jomí deseaba que los actores fueran refugiados o hijos de refugiados españoles. Hubo excepciones entre las amistades, como los escritores mexicanos Juan García Ponce y Salvador Elizondo o colombianos como Álvaro Mutis. La profesionalidad corrió a cargo del propio director Jomí García Ascot y del fotógrafo de publicidad, cámara y director de fotografía José María Torre.
La producción de la película fue de muy bajo presupuesto. Se rodó durante 40 domingos, en los momentos libres de todos. Se reunieron 4.000 dólares como aportaciones personales de todo el equipo, con los que compraron una cámara antigua de 16 mm11, los rollos de película, el revelado… El resultado final fue una obra experimental con dos partes. La primera describe la historia de una niña, Gabriela, cuyo hogar es destruido como consecuencia de la Guerra Civil y su familia se ve obligada a huir a Valencia y Francia. Su estilo narrativo es más convencional. Gabriela asomada al balcón es testigo de la detención de un republicano, con lo que se anuncia que la guerra ha comenzado. El padre liberal desaparece en los primeros días de la contienda. La huida a Valencia es resuelta con la espera en la estación y los diálogos de las mujeres sobre la supuesta barbarie roja. En Valencia Gabriela vive el terror de los bombardeos mostrado a través del picado de la niña acurrucada en el fondo del pasillo, aterrorizada mientras la voz en off habla del miedo que siente la niña. Las secuencias en Francia también describen capítulos reconocibles para el exilio: el obstáculo del idioma en la secuencia de cómo la niña aprende a decir pelota en francés y puede jugar con otras niñas, o el pasodoble que oyen por una ventana en referencia nostálgica a su lugar de origen. A mitad de la película aparece México D.F. como lugar de refugio. Las imágenes filmadas de la ciudad se suceden mientras la voz de Gabriela en off prosigue preguntándose sobre su memoria y su destino.
Es la división del film y el inicio de la segunda parte, la de la madurez en el exilio. Su estilo cinematográfico es más experimental y casi documental. Los planos de la Gabriela adulta vagando sin rumbo, en busca metafórica del tiempo que le fue arrebatado, se suceden hasta el regreso a la casa de su niñez, en España. En su antiguo hogar, entre la melancolía y la tristeza, lamenta la ausencia de sus padres, del tiempo perdido y la memoria arrebatada. La estancia está deshabitada y el balcón, por el que se asomaba al principio de la película, está vacío. El estilo más experimental y casi documental, vanguardia del cine independiente y de autor, es explícito en esta segunda parte donde la obsesión traumática de la búsqueda angustiosa del tiempo es su tema principal.
Una vez acabada la filmación se proyectó la película en público en la sala Molière del Instituto Francés en México. Sin embargo su objetivo fue siempre el festival de Locarno. Había que financiar el viaje a Europa, por lo que elevaron el precio de las entradas, siendo prácticamente amigos los que acudieron. Consiguieron su aceptación y la película ganó el Premio de la Crítica del festival de Locarno. Además en 1963 García Ascot la presentó en la Rassegna Latinoamericana de Sestri haciéndose con su máximo galardón: el Jano de Oro.
En México sin embargo, los responsables de la industria cinematográfica se opusieron a su distribución comercial. La cerrada industria cinematográfica mexicana, controlada por sindicatos, impedía la promoción de nuevos cineastas. Además el formato en 16 mm, prácticamente amateur, y por lo tanto no apto para exhibirse en cines comerciales, impedía dicha distribución. Se exhibió en cineclubes independientes y se hicieron pases en domicilios particulares, convirtiéndose en la película de culto para el exilio Republicano Español.